Ella tenía miedo al compromiso,
y él un pánico desmesurado a la soledad,
y un día, sin planearlo, se encontraron jugando a amar.
Quererte fue tan fácil como respirar.
Apareciste de la nada, entre recuerdos con olor a viejo y a
infancia, y quisiste formar parte de mi vida. Lo hiciste, como dice la canción,
“suavecito”, poco a poco, para que yo no me diera cuenta de esa intrusión en mi
universo privado. Dije desde un principio que me gustaba la soledad. O más
bien, que tenía miedo a vivir acompañada. En compañía las cosas son más
difíciles, siempre hay que contar con opiniones ajenas, actuar con el cuidado
del que no quiere herir a nadie. Intenté apartarte, como había hecho con otros
antes, para no cogerte cariño. Pero eras tan testarudo, tan obstinado…
Tú también me dijiste que no querías compañía. Muchos
desengaños te habían dejado el corazón roto y el alma cuarteada. Sin embargo,
necesitabas desesperadamente sentirte arropado. Rechazabas las cuerdas pero
ansiabas cariño. Me decías que aquello era sólo un pasatiempo pero luchabas
porque durase. Estuviste ahí, en cada crisis existencial de esas que me dan,
para decirme que no pensase, que me dejase llevar. Escuchaste todas mis dudas,
todos mis miedos, y cuando me mantuve en silencio me tiraste de la lengua, para
que soltara todos aquellos anhelos que tenía incrustados en el fondo del corazón.
“Suavecito” fuiste haciendo que me dejara llevar. Serviste de bálsamo para mis
heridas, pero fuiste lo suficientemente inteligente como para no hacerme la
vida fácil. Me hiciste dudar justo en los momentos oportunos, para que no diera
todo por hecho.
Un día, sin quererlo, nos encontramos jugando a amar. Y se
me dibujaron sonrisas permanentes en la cara, y tus caricias se hicieron más
suaves, más profundas. Intentamos resumir en “te quieros” sentimientos que
desbordaban el alma, y como no lo conseguíamos, cubrimos nuestra piel de besos.
Aún así, a veces no parece suficiente para expresarlo todo. Y es entonces
cuando me gustaría hacer algo lo suficientemente grande, lo suficientemente
insensato, para demostrarte en un instante lo gigante de este sentimiento.
A veces hablamos de ello, de cómo surgió todo, de cómo nos
hicimos necesarios el uno para el otro. Y me confiesas que nunca te habías
sentido así, y yo te digo que sigo teniendo miedo, por lo desconocido de todos
estos sentimientos. Te susurro que, antes de conocerte a ti, querer, para mí,
significaba dolor. Tú me cuentas que por mí estás dispuesto a cambiar cosas que
nunca antes te habías planteado. “¿Te he tocado la fibra, no?”. Me miras. “¿Y
aún te das cuenta ahora?”
Aprendí a quererte como un pez fuera del agua. Yo sólo sabía
respirar a bocanadas. Tú me enseñaste a hacerlo “suavecito”.
Hermoso, ojalá sea cierto. Y si afortunadamente lo es, no hay nada que temer. ¿Dónde estar más seguro que con el amor verdadero?
ResponderEliminarUn beso grande
Es cierto, y ni yo me lo creo. Como le dije un día, yo pensaba que el amor era dolor, era esa sensación de angustia nada más despertar, el luchar por cosas imposibles. Y llegó él y me enseñó que no, que el amor era cariño, y estar a gusto, y felicidad, y confianza... y tuvo conmigo la paciencia de un psicólogo con un demente, y fue curándome suavecito. El miedo aún sigue ahí, pero cada vez es menos, y todo el mérito es suyo.
EliminarSalamandra:
ResponderEliminarEs así que todo llega en la vida, hasta el amor; algo tan esquivo para quien lo desea profundamente.
El hallarlo cambia la perspectiva de la vida, permite ser optimista, desear que perdure por siempre. La mejor receta es disfrutarlo a pleno.
Por supuesto, hablo del maravilloso amor compartido, no de imitaciones muy parecidas a él.
Un gran abrazo.