lunes, 27 de febrero de 2012

Amelie

Audrey Tatou es Amelie. Niña dulce y pura, triste, esperanzada y con un deje de pícara inocencia. Es un pajarito herido al que queremos cuidar. Una niña que crece y se convierte en mujer. Y pese a los años, las experiencias, un cuerpo que ha cambiado y una sonrisa que ha perdido los dientes de leche, mantiene su pureza, su inocencia, su dolor. Me enamora. Ama la vida y todo lo que la rodea, pero no tiene el valor suficiente para enfrentarse al mundo. Busca la felicidad en las pequeñas cosas,  y con pequeños detalles hace mágica la vida de los demás. Es un ejemplo de altruismo inconsciente, de una bondad infinita que hoy es prácticamente imposible encontrar. Es una de esas “perlas” de las que nos habla Albert Espinosa en su libro “Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven”. Un unicornio en un mundo de torres de Babel y una estrella en un cielo en el que hace mucho que se ha apagado cualquier luz. En su historia, como en todas, hay un amor. Una idealización. Una persona que encarna todo aquello que ella desea, que comparte sus miedos, su timidez y su sencillez y que por lo tanto, igual que ella, se esconde del mundo. Que se encuentren es algo casi milagroso. Sin conocerlo, él es un motivo lo suficientemente importante como para dar un paso al frente. Y  él reúne también el valor para no quedarse atrás. Cuando por fin se enfrentan, cara a cara, no hace falta más. No hacen falta presentaciones, ni preguntas, ni sonrisas ni palabras. Era bella esta historia de un amor que jamás volvería a encontrar otro camino… Porque no había más caminos. Ojalá fuera tan fácil. Ojalá la vida nos marcase con señales, bien grandes, el camino que debemos tomar. Para no equivocarnos y volver atrás, al mismo cruce, una y otra vez. Pero la vida no viene con manual de instrucciones, ni con un itinerario fijo. No tiene una meta destinada, el camino se va haciendo mientras lo andas. No podemos esperar un “fabuloso destino” ni siquiera si, como Audrey, como Amelie, vivimos en una inocencia pura y hermosa. Lo único que podemos hacer, con un poco de valor, es salir a buscarlo. 

martes, 7 de febrero de 2012

Efímeros

¿Por qué ya no vivimos la vida con esa intensidad? ¿Qué es lo que nos ha hecho mantenernos inertes ante ella? Algún día, algún día nuestras risas ahogaban cualquier otra palabra, y cada instante era un nuevo descubrimiento. Teníamos la sensibilidad de ver la belleza en todas aquellas pequeñas cosas. Tocábamos el saxofón en la cueva india donde leíamos poesía. Y todo era tan… hermoso. Todo era increíblemente hermoso. Era una belleza que nos cegaba y nos daba alas, que invadía nuestros sentidos. Un día fuimos capaces de pararnos a observar y de enjoy, de disfrutar todo lo que teníamos delante. El aire frío por las mañanas, el tacto de la hierba húmeda un día de otoño en nuestra piel. Un día fuimos capaces de ver la vida de un modo diferente y lo hicimos. Lo vivimos todo con tanta intensidad que el corazón se salía de nuestro pecho. Explotaba con cada risa. Latía acelerado ante el más nimio detalle, ante un roce, una sonrisa. Aprendimos a leer poesía y a sentirnos valiosos, eternos. Nos dimos cuenta de que éramos efímeros y eso nos dio alas para convertir cada segundo en un mundo. Teníamos miedos, y tantos, que nos corroían las entrañas, y supimos vencerlos compartiéndolos, dejándolos fluir. Cometimos tantos errores que morimos cien veces y resucitamos otras tantas, y al abrir el corazón a la belleza también lo hicimos al dolor. Pero valió tanto la pena… Y sin embargo ahora, míranos, conformándonos ante la vida y al mismo tiempo quejándonos a cada instante, buscando la felicidad continuamente mientras la dejamos pasar de largo en miles de pequeños detalles. Ya no sabemos apreciarlo. Algún día, algún día todos fuimos poetas muertos…