Hay amores y amores. Hay amores fugaces como las estrellas. Otros crecen lento y tienen raíces profundas. Los hay como los juncos, flexibles para aguantar el vendaval. Hay amores testarudos y amores infantiles. Hay algunos que son atrevidos y otros tan tímidos que por no hablar no llegan ni a existir. Hay también amores a los que le gusta estrellarse en el firmamento como estrellas que dejan esquirlas en el cuerpo, y otros que navegan mansos y llegan a buen puerto. Hay tantos amores como personas, tantas formas de amar como segundos. Porque cada amor es un mundo diferente. Qué digo un mundo! Un universo. Cada amor tiene su propia historia, su propio atlas, sus volcanes y sus terremotos, sus primaveras y sus otoños.
Cada amor crece de una forma distinta y por eso, en el amor, nunca hay que pedir consejo. Porque cada uno habrá amado de una manera. ¿Y qué pasa si su amor era tortuga y el tuyo caballo de carreras? Que un consejo mal dado hará que nunca llegues a la meta. Así que en el amor, como en la vida, lo mejor es que cada uno escriba su libro de instrucciones. Al amor hay que cuidarlo y hacerlo crecer, y cada uno sabe con que herramientas, con que piezas.
A mi amor, por ejemplo, le encanta crecer a base de besos y palabras. Y a veces me pide, caprichoso, que le regale algún que otro sueño para jugar. Yo acepto el trato sólo con una condición.
"Por favor, amor, nunca dejes de soñar".
Inconclusa (@Inconclusa_)
Y llegó el momento de (des)ahogarse en las penas. Que si tú, que si yo, quizás, y sí…? Y tantas dudas juntas que no dejan avanzar. Qué hacer con tu vida, qué fallos has cometido…El miedo eterno a depender. Y el pánico insuperable a que te quieran, a ser necesario. Y los pequeños placeres. Y los odios. Y los temblores en el vientre cuando te acarician en el cuello, o en el alma, que para el caso viene siendo lo mismo. Tantas bocas y tan pocas voces. Y en un beso, a veces, el silencio.